La estructura curricular de la Maestría en Etnoliteratura, se sostiene actualmente en tres grandes líneas de investigación: Mito y Narrativas Latinoamericanas y Etnoliteratura, Arte y Etnoliteratura, Crítica Literaria y Etnoliteratura.
NARRATIVAS LATINOAMERICANAS Y ETNOLITERATURA: La expresividad literaria oral y escrita de las Etnias y Comunidades a investigar está colmada de simbolismos mágico-rituales, míticos y religiosos. El Mito y la Leyenda son la materia prima a partir de los cuales existe la creatividad manifestada en coplerías, cuentos, consejas, dichos, cantos, rezos, refranes, adivinanzas, etc. Sin embargo, es necesario precisar que lo mítico hoy existe como un entrecruzamiento simbólico de manera sincrética, pues reinscribe lo mítico imaginario en su vida socio-cultural actual. Perseguir las modalidades narrativas, poéticas y ensayísticas que demuestran cómo la Literatura Latinoamericana, traspasando los límites de la nostalgia indigenista, se aproxima a la dimensión cultural aborigen hasta atravesar territorios epistemológicos que no son reservados al análisis de antropólogos y etnólogos, sino además cómo la investigación que atañe a estas disciplinas enriquece la fusión de géneros transformando su instrumentación mediante una praxis literaria entendida como ejercicio de escritura en tensión “gramofónica” entre la impresión sonora y la tipográfica, oralidad y grafía, letra somática y libros.
ARTE Y ETNOLITERATURA: Arte es un concepto que procede del vocablo latino ars y que refiere a las creaciones del hombre que expresan su visión sensible acerca del mundo a través de la utilización de diversos recursos sonoros, lingüísticos y plásticos. La noción de arte popular, por lo tanto, puede tener distintas acepciones. Hay quienes consideran que el arte popular está formado por las manifestaciones artísticas que crea y consume el pueblo, en oposición a la alta cultura o la cultura académica. Explorar el patrimonio y la acción estética populares de la ciudad y el agro, en las comunidades indígenas, afrodescendientes y en barriadas, en atención a la confluencia de estas prácticas y de las operaciones estéticas contemporáneas tales como la performance, el teatro de las fuentes, la poesía concreta y todas las formas de arte no objetual que señalan la cancelación de las fronteras entre vanguardia artística y arte popular.
CRÍTICA LITERARIA Y ETNOLITERATURA: La crítica es lo que constituye las literaturas, de modo que su acción fundadora resulta imprescindible en la Maestría por cuanto va a tener la misión precisa de nombrar, definir y valorar el concepto y el campo de acción de la “Etnoliteratura” como práctica social y estética. En consecuencia, su función estará definida por la capacidad de proponer un discurso que canonice o descanonice textos etnoliterarios, es decir los evalúe y los presente a la sociedad como dignos de ser recordados y respondidos por un grupo social determinado de acuerdo a unos principios éticos y estéticos definidos. Al mismo tiempo, propondrá comparaciones, contactos con otros textos culturales de modo que, dentro de una semiósfera concreta, contribuya a su interpretación como acción hermenéutica o semiótica destacando en ello su propia naturaleza dialógica. El crítico peruano Antonio Cornejo Polar, quien en su obra Escribir en el aire, Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural en las literaturas andinas (1994), teoriza acerca del concepto de heterogeneidad literaria en la literatura peruana y latinoamericana, señalando su carácter disperso y contradictorio como consecuencia de procesos multiculturales y transculturales que explican su condición híbrida. Para Cornejo Polar, en América Latina no hay una sola literatura, sino genuinos sistemas literarios con sujetos, tiempos y espacios distintos, porque se plantean entre ellos relaciones contradictorias. Es decir, una pluralidad de literaturas con rasgos contradictorios entre sí: la literatura hegemónica escrita en español, las literaturas populares y las literaturas indígenas.
ETNOEDUCACIÓN Y CULTURA LATINOAMERICANA: Contrariamente a lo que podría pensarse, la inmensa mayoría de los países –Estados o sociedades determinadas– son plurilingües, es decir, en su seno se hablan dos o más lenguas. El plurilingüismo es por consiguiente la norma y el monolingüismo la excepción. Toda lengua, independientemente de su desarrollo o institucionalización, es un fenómeno a la vez humano y social, un sistema primario de signos, instrumento del pensamiento y de la acción y el medio más importante de comunicación. Con respecto a la cultura, la lengua forma parte de ella, y al mismo tiempo es su medio de expresión y entendimiento más notorio. Al estar tan estrechamente vinculada a la cultura y entendiéndose esta, según la definición del Consejo Interamericano de Educación, Ciencia y Cultura de la OEA, como “la unidad de las formas de vida, pensamiento y comportamiento y los valores sujetos a ellas”, la lengua figura también entre los rasgos constituyentes de la identidad cultural de un pueblo.
Los países que integran hoy América Latina forman un conjunto de pueblos dotados de diversas culturas, lenguas y etnias, fruto de largos y complejos procesos históricos. Sin embargo, el reconocimiento de esta diversidad cultural es relativamente reciente, sobre todo en lo que respecta a las sociedades indígenas. En 1991 en Colombia, la Constitución Política introdujo varios artículos en 14 relación a la diversidad étnica y cultural de la nación, como es el caso del Título I: De los principios fundamentales, Artículo 7: “El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana”; Artículo 8: “Es obligación del Estado y de las personas proteger las riquezas culturales y naturales de la Nación”, y en el Artículo 10: “El castellano es el idioma oficial de Colombia. Las lenguas y dialectos de los grupos étnicos son también oficiales en sus territorios. La enseñanza que se imparta en las comunidades con tradiciones lingüísticas propias será bilingüe”.
El hecho del carácter plurilingüe y multiétnico de América Latina, de muy dispares dimensiones en cuanto al número de lenguas y hablantes, se remonta a la época precolombina, pero su evolución se produjo, como dijimos, en un proceso de conquista-colonización-independencia. La desestructuración étnica, el desmembramiento territorial, la inmensidad y dificultades del espacio físico y, por consiguiente, la dispersión y aislamiento de la población, contribuyen a explicar el gran número y variedad de lenguas y dialectos indígenas que aún hoy subsisten, aunque muchos hayan muerto en el camino. No obstante, las lenguas de las altas culturas -como el náhuatl y el quechua- utilizadas luego por los españoles como lenguas francas, adquirieron carácter preferencial y supuestamente se impusieron a las locales en sus ámbitos de influencia, produciéndose ya fenómenos diglósicos en el sentido explicado, aunque ni en estas ni en aquellas se configurara una escritura, al menos en el sentido occidental. Pronto se enfrentaron los españoles con la problemática de las lenguas a emplear en la administración, pero sobre todo en la educación inmersa en el proceso de evangelización.
Podría decirse que su política lingüística fue, cuando menos, ambivalente. Tras fracasar la temprana evangelización en español y el intento de ignorar las lenguas indígenas, los frailes decidieron aprender las principales de ellas para mejor cumplir su misión espiritual, contribuyendo al mismo tiempo a su fijación y conservación al escribir, según el patrón latino, gramáticas, diccionarios y textos de enseñanza indígenas. Pero el español acabó imponiéndose como lengua hegemónica, y, tras la revuelta de Túpac Amaru en el Perú, Carlos III prohibió expresamente el uso del quechua en la escuela, cobrando un nuevo impulso “la castellanización”, ahora impulsada por los sacerdotes seglares, menos interesados que los frailes en la vida y tradiciones indígenas. Por otro lado, la independencia y la república, como observa Stefano Varese, no constituyeron una ruptura radical de la situación indígena. El Estado liberal, surgido a imitación de su homónimo europeo, ante la necesidad de resolver el dilema «civilización o barbarie», prefirió la marginación y exclusión de las etnias renunciando a su pretendida integración y apostando por la progresiva extinción de sus lenguas.